A la larga serie de posibles falacias, el argentino Julio Cortázar ha venido a añadir una nueva especie (¿endémica?) sofística proveniente de su país de origen. En los primeros capítulos de su novela (leída de forma tradicional), Rayuela, le regala al mundo el testimonio de un argumento irrevocable, impetuoso, por decirlo de algún modo, que ni siquiera los grandes retóricos atenienses habían concebido. A la sazón, lo suscribo:
"¡Porque se lo digo yo, che!"
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